TRANSPORTE PUBLICO

Desgraciada o afortunadamente, tengo que usar el transporte público con frecuencia. Ver caras ya conocidas, conocer los tics de determinadas personas. Saber si la chica que se sienta siempre al final del autobús va a la Universidad. Ser testigo de los cuchicheos de una pareja que acaba de empezar su relación. El abuelo acatarrado y con pinta de no haber pasado por la ducha en más días de los convenientes. La mujer que se coloca su flequillo totalmente engrasado. El chico que tararea la canción de Amaral mientras con los nudillos golpea levemente la ventanilla. El abogado (o al menos eso me parece a mi) que siempre lleva el MP3 colgado al cuello. Una antigua compañera del colegio a la que no saludo porque nos ha separado demasiado el tiempo y la vida. La sonrisa cansada del conductor que en muchas ocasiones me deja subir sin pasar la tarjeta. Los cristales empañados y corazones que se adivinan tras ese vaho. Teléfonos móviles sonando, llamadas, mensajes y juegos, a cualquier hora, incluso he oído la "Lambada", algo así a las 8.30 a.m. debería estar penado por la Ley. Una mujer que acaba de ser madre y que siempre huele a Nenuco. Dos estudiantes de Medicina, deseosos de ejercer. Dos chicas que trabajan en una tienda de ropa en la que al parecer es fácil entablar conversación con el género masculino dando esto lugar a una vida sexual muy activa. La mujer de la sonrisa permanente y melena perfecta que siempre fuma un Ducados antes de subir. La chica que trabaja en la joyería que está debajo de mi Oficina y que siempre huele a coco. El chico de vaqueros demasiado ajustados para mi gusto que siempre va con una mochila y que tienes los ojos más impresionantes que he visto en persona. El chico de treinta y tantos que juega un eterno Tetris durante el viaje. Y entre toda esa gente también estoy yo. Lena, siempre Lena...

(artículo publicado en Yaycos en Febrero de 2006)